miércoles, 16 de febrero de 2011

La Omisión de la Familia Coleman

SÍRVASE COTIZAR



Descubrí hace un tiempo la obra en Chile. Su campaña de promoción aseguraba ser la sensación del Teatro Transandino, lo cual no fue diferente acá, en Barcelona. Cuando vi el anuncio colgado al costado de un autobús me dije «¡Esta es la mía!». Y así fue. Compré mi entrada por internet y fui a ver la tan mentada obra. Entré con la expectativa muy en alto, eso debo confesarlo, pero no puedo decir cómo salí. Aún no tengo una acabada opinión al respecto.
La Omisión de la Familia Coleman es, por sobre todo, una puesta en escena muy honesta, pero muy honesta. Trata de una familia disfuncional argentina de clase media. La componen la abuela Leonarda, la madre Memé (Mercedes), los hijos Verónica, Marito, Damián y Gabi. Cada uno desempeña un papel muy particular en la obra. La abuela es la mujer que todo lo soporta, la que todo lo controla, la que prodiga orden, cariño y serenidad. En suma, es el pilar de la casa. Memé (la madre) es una mujer ridículamente inmadura para su edad, pero siente que si tuviera un hijo ahora, lo sabría criar. Se siente madura cuando ya nadie la necesita así. Marito es el hijo idiota mayor, al menos a los ojos de los demás. Realmente, su personaje es el de un joven que teme ser normal, por lo cual se refugia en una clase de lúdico autismo, diciendo siempre cosas inverosímiles. De todas formas la familia lo necesita como punto de fuga para descargar todas sus frustraciones. Verónica es hermana de Marito, del mismo padre, pero solo ella recibió el apellido Coleman. Este personaje es la típica mujer acomodada que se avergüenza de su familia, pero, como para todos, el amor hacia la abuela es innegable. Damián es un don nadie. Un adolescente que vive por instinto tratando de sobrevivir mediante el robo, un hecho que no tiene que ver con delinquir, sino más bien con pertenecer. Gabi, su hermana (son mellizos del mismo padre pero diferente a los otros dos), ha pospuesto su felicidad por ser el cerebro de la casa. Como costurera, sabe de necesidades básicas y nada más.
Este último hecho es lo que mueve la obra en todos los sentidos. Los personajes de la casa se mueven por carencias físicas, que es lo que primero deben solucionar. Su vida gira en torno a cómo enfrentar el día a día y por eso han pospuesto las carencias afectivas. Verónica, a diferencia de los demás, ha suplido las carencias físicas y por eso se rodea de gente de la misma clase; el chofer, con quien mantiene una aventura, y el médico, con quien también trata de suplir sus carencias afectivas.
Es impresionante notar la humildad con que el director ha dejado que todos los personajes se desplacen en el espacio sin parecer forzado. Los diálogos fluyen tan coloquialmente gracias al fiato que los actores han logrado encontrar.
El punto crítico en la obra es cuando el pilar de la casa (la abuela) se derrumba; sufre una descompensación y debe ser internada en el hospital. Es el momento en que los de la casa deben hacerse cargo de los afectos y Verónica de lo físico; internar a la abuela en una buena clínica, pagar su hospitalización, hablar con el médico y pagar los gastos que sus hermanos y la madre han causado con las continuas visitas a la abuela.

Esta progresión en la historia los lleva finalmente a enfrentarse dentro cuatro paredes, algo que nunca habían hecho. Las frustraciones, los rencores, la locura, las miserias, confluyen en ese momento en que los miembros de una familia se ven la cara.
Como resultado de este enfrentamiento, la abuela muere. Es así como la única excusa para quedarse en esa casa de orates y llamarla familia, se extingue. Lo que queda es irse, escapar con la primera oportunidad que se ofrezca.
Antes que esto ocurra, el médico le hace una prueba de sangre a Marito, pues «por casualidad» su madre le provocó un corte mientras jugaban. El diagnóstico es devastador; Marito tiene leucemia, y el médico se lo comunica a Verónica y a Memé. ¿Qué es lo que ocurre aquí? ¿la omisión de la familia? Memé se desentiende y obliga a Verónica que se lo diga a Mario. Pero Verónica se entera de que Mario ha seguido a sus hijos (a quienes Mario considera enanitos) de cerca todo este tiempo, y siente que su hermano es un psicópata. Omite darle el diagnóstico. Entonces, si la familia Coleman es solamente ella por llevar el apellido, ¿la omisión ha sido de ella? ¿Quién es Marito realmente en todo este entuerto? El director Claudio Tolcachir parece insinuar que Marito es todo lo que queremos negar de nosotros mismos, y no solo una omisión de la clase alta hacia la baja. Marito encierra todos nuestros miedos, nuestras frustraciones que nunca reconocemos y tratamos de ver en los demás.
Finalmente, nadie desperdicia su oportunidad. Damián le pide plata prestada a su hermana Gabi y al chofer de Verónica y se va de la casa. Gabi, a pesar de que ha sufrido por amor muchas veces y ya está cansada, toma la oferta del chofer y se va con él a su casa. Memé le suplica a su hija que la lleva a vivir junto con ella, su marido y los dos nietos en esa gran casa. Verónica cede. Mientras, Marito espera solo en casa a su familia, pero lo víctima lo es hasta el final y nadie se apiada de él. Seguramente morirá huesito por huesito, célula por célula tal como él lo vaticinó en algún momento de la obra.
Por mucho que hayamos disfrutado, por mucho que nos hayamos reído con cada gesto, palabra divertida o situación cómica que los integrantes de esta famlia ofrecieron con su humor negro, la obra no es una comedia. Es, al final de cuentas, la tragedia de vivir.
Por eso, si anda por ahí y ve el anuncio, sírvase cotizar esta gran obra.

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